El escenario era de esos que se denominan de las grandes citas, nada más y nada menos que el Parque de los Príncipes, un marco digno de una final, aunque en esta ocasión Suecia y Canadá se enfrentaban en octavos cualquiera de ellas está sin lugar a dudas en la lista de candidatas para ocupar un puesto en el partido que pondrá colofón al Mundial, la gran final.
Las suecas y las canadienses han recorrido un camino parecido hasta coincidir aquí, las dos pasaron como segundas en sus grupos con seis puntos, las paisanas de ABBA perdieron contra EEUU y las de Bryan Adams lo hicieron con los Países Bajos. A las agraciadas con el pase a cuartos ya les está esperando Alemania, rival también de muchos quilates, lo que convierte el trayecto hasta el siete de julio en una senda llena de dificultades.
Sabíamos que iba a ser un partido muy muy igualado, estábamos seguros que ambas selecciones nos depararían un encuentro muy físico, con mucho desgaste; pero con todo este conocimiento atesorado desde un principio no nos imaginábamos o no queríamos hacerlo, que iba a resultar una primera parte tan aburrida. Las dos escuadras poseen calidad y toque, pero ambas compartieron algo más, algo que fue la marca durante los primeros cuarenta y cinco minutos, el miedo a perder. Un pánico que les impedía lanzarse en pos de las redes rivales con el ímpetu necesario. «No hacemos daño, bueno, pero no nos lo hacen» era el pensamiento de las 22 cabezas que disputaban el juego. Para ser estrictamente justos hay que admitir que Canadá ser esforzó un poquito más por pisar territorio enemigo, que Schmidt y Backie movían los hilos canadienses. Un espejismo, nada más que un espejismo en el desierto de fútbol del Parque de los Príncipes, las defensas suecas cumplieron con solvencia el trabajo que las atacantes canadienses propusieron.
Si pensábamos que durante el descanso las jugadoras y sus entrenadores harían autocrítica y saltarían al verde con un deseo irrefrenable de mancillar las redes rivales, nos equivocaríamos totalmente. El origen de la segunda parte nos deparó más miedo que la niña del Exorcista, sí, más de lo mismo. Entonces, en el minuto 55, Beckie pierde un balón en ataque, la transición sueca es rápida y perfecta, la pelota en profundidad es para Blackstenius que pese a la oposición de Zadorsky y Labbe consigue el primer gol del encuentro. Diana que sirvió para despertarnos a todos, a los espectadores y a las jugadoras. Ellas, tanto las americanas como las europeas, comenzaron a disputar el balón con la obsesión necesaria, con la velocidad requerida para doblegar a la contraria. Las suecas, que hasta entonces el territorio canadiense había sido prácticamente inexplorado, emprendieron la tarea de estirarse con peligro y pisar con más frecuencia el área de Labbe.
Canadá, viendo que el tiempo se escapaba, imprimió más poder a sus piernas y poco después, en el minuto 66, tuvo la oportunidad de conseguir la igualada. Penalti a favor de las canadienses por mano dentro del área. El lanzamiento de Beckie fue bueno, ajustado a un poste, no obstante, no lo suficiente porque Lindahl atajó el esférico. El fallo le sentó mal a Canadá, lógico; a Suecia estupendamente, normal. Las canadienses ya eran conscientes de que había que jugarse la carta de la heroica, y cual Policía Montada arremetieron contra la zaga amarilla con más corazón que cabeza, con más voluntad que tino. A pesar de los siete minutos de alargue Suecia aguantó la embestida canadiense y concluyó sellando su pasaporte a cuartos.
FICHA TÉCNICA
SUECIA – Lindahl, Sembrant, Glas, Fischer, Eriksson, Asllani, Jakobsson, Blackstenius (Anvegard 94´), Seger, Rolfo (Hurtig 89´) y Rubensson (Borjn 79´).
ENTRENADOR – Peter Gerhardsson
CANADÁ – Labbe, Chapman (Riviere 84´), Buchanan, Zadorsky, Lawrence, Scott, Sinclair, Schmidt, Prince (Leon 64´), Beckie (Quinn 84´) y Fleming.
ENTRENADOR – Kenneth Heiner-Moller
GOLES – 1-0 Blackstenius 55´.
JUGADORA DEL PARTIDO – Lindahl
ÁRBITRA – Kate Jacewicz (AUS). Amonestó con tarjeta amarilla a las suecas Rolfo 45´ y Asllani 68´y a la canadiense Buchanan 85´.
Autor: Emilio Mahugo
Fotografía: Jordi Vinuesa